Por motivos que no vienen al caso, me queda poco tiempo para dedicárselo al blog, aunque os sigo leyendo y contestando en los vuestros. Ginebra y Lola, disculpadme de nuevo. Todo ello me llevó a reflexionar sobre la mala educación online, como reflejo de la sociedad. Desagradable realidad a la que jamás tomaré como compañera de costumbre… Agradezco a Oteaba sus ánimos para empezar un blog y, con ello, la gran suerte de haber encontrado personas exquisitas.
Cada día es más habitual ver cómo las personas dejan a un lado su buena educación (si es que en algunos casos la han llegado a tener) y el respeto a las mínimas normas de comportamiento y urbanidad, para pasar a ser directivos (da igual la longitud y altura de su cargo) soberbios, engreídos y endiosados que no pueden perder su precioso y ocupado tiempo para atender a cualquier humano normal que ose molestarles en su dura y estresada jornada laboral.
Cada vez más, la mala educación, la ausencia total del respeto a las mínimas normas de cortesía, la carencia de formas y la desaparición de una etiqueta en las relaciones laborales se están imponiendo. Da lo mismo que nos citen a las diez. Aparecemos a las once, ya que lo elegante es llegar tarde y que el otro espere. Si escriben solicitándote alguna información, o invitándote a un acto comercial o social, ¿para qué contestar agradeciendo la invitación y excusando nuestra imposible asistencia?, ¿para qué confirmar por mucho que lo diga la invitación? Si voy, voy; y si no lo hago, más pierde el que invita. Si llaman por teléfono, cuanto más difícil sea dar con uno, más importante parece, y más tratan de localizarle.
Cada vez en mayor medida, y por desgracia, la mala educación reina en las relaciones profesionales, comerciales y humanas, en esta sociedad que antepone los principios de cantidad (cuanto más tengo, más valgo) a los de calidad.
Cada día es más habitual ver cómo las personas dejan a un lado su buena educación (si es que en algunos casos la han llegado a tener) y el respeto a las mínimas normas de comportamiento y urbanidad, para pasar a ser directivos (da igual la longitud y altura de su cargo) soberbios, engreídos y endiosados que no pueden perder su precioso y ocupado tiempo para atender a cualquier humano normal que ose molestarles en su dura y estresada jornada laboral.
Cada vez más, la mala educación, la ausencia total del respeto a las mínimas normas de cortesía, la carencia de formas y la desaparición de una etiqueta en las relaciones laborales se están imponiendo. Da lo mismo que nos citen a las diez. Aparecemos a las once, ya que lo elegante es llegar tarde y que el otro espere. Si escriben solicitándote alguna información, o invitándote a un acto comercial o social, ¿para qué contestar agradeciendo la invitación y excusando nuestra imposible asistencia?, ¿para qué confirmar por mucho que lo diga la invitación? Si voy, voy; y si no lo hago, más pierde el que invita. Si llaman por teléfono, cuanto más difícil sea dar con uno, más importante parece, y más tratan de localizarle.
Cada vez en mayor medida, y por desgracia, la mala educación reina en las relaciones profesionales, comerciales y humanas, en esta sociedad que antepone los principios de cantidad (cuanto más tengo, más valgo) a los de calidad.